Genocida Mladic dijo ser víctima de la justicia

Los grandes genocidas se comportan igual cuando están en el banquillo. Tratan de parecer hombres civilizados, cultos, carismáticos, incapaces de dar la orden de asesinar a ocho mil hombres de una sola población, como lo hizo el exjefe militar serbobosnio, Ratko Mladic.

Vestido con chaqueta y corbata azul, como cualquier ejecutivo de empresa, escuchó el alegato ayer de la Fiscalía del Mecanismo para los Tribunales Penales Internacionales (MTPI), que pide que se mantenga su condena actual a cadena perpetua.

La defensa de Mladic solicitó la absolución o la repetición del juicio que lo condenó en noviembre de 2017, alegando unos presuntos errores de derecho que se habrían cometido. La decisión del tribunal se conocerá a mediados del año entrante y no se podrá interponer ningún otro recurso.

En 1995, ese hombre que actualmente se ve como un anciano obeso, de cabello blanco, tranquilo y ataviado con traje de persona común y corriente, era el jefe del Ejército serbio en la guerra de la antigua Yugoslavia.

Y era, para sus víctimas, la encarnación del demonio. Por sus órdenes fueron fusilados en Srebrenica,  en julio de ese año, todos los hombres y adolescentes que había en esa población bosnio musulmana. En total, más de 8.000 personas asesinadas solo en esa masacre debido a su fe.

«La contribución de Mladic fue tan instrumental que, sin él, no se habrían cometido los crímenes en Srebrenica tal y como sucedieron», dijo la fiscal Laurel Baig en la segunda jornada del recurso de apelación.

No obstante, para los juristas de la defensa Mladic no tenía la capacidad de ejercer un control total sobre los soldados en ese momento, aunque la Fiscalía les recordó que el condenado mantenía la posición más alta en la cadena de mando del Ejército serbio.

«Mladic fue claro en sus conversaciones privadas interceptadas. Dijo que toda la población musulmana de Srebrenica debía ser expulsada, incluidos aquellos que no querían irse», dijo la fiscal Baig.

Mladic fue quien dio la orden de separar a las mujeres, los niños y los ancianos de los hombres y adolescentes. La excusa del Ejército serbio para justificar esa acción era que querían buscar a combatientes bosnios musulmanes para acusarlos de crímenes de guerra.

Pero la fiscal Baig negó esta posibilidad y explicó que no se puede detectar a criminales de guerra “si confiscas y quemas los documentos de identidad de los detenidos», tal y como ocurrió con las víctimas de Srebrenica.

Otro de los argumentos de Mladic es que no estuvo físicamente en Srebrenica durante tres de los días en los que se cometió la masacre. La fiscal Baig recordó que el genocida estuvo presente en el enclave el 12 de julio de 1995, cuando los asesinatos comenzaron.

Mladic se desplazó luego a Belgrado, pero siguió dando instrucciones y órdenes que fueron implementadas y continuó comunicándose con sus comandantes y recibiendo informes desde Srebrenica, dijo la Fiscalía.

Como si los hechos no estuvieran suficientemente probados, Mladic negó en varias ocasiones con su dedo las afirmaciones de la fiscal. Mladic habló durante 10 minutos ayer, tratando de hacerse ver como una víctima de la justicia internacional y de la Organización del Atlántico Norte (OTAN).

«No soy un santo, soy un hombre simple, lo he dicho muchas veces durante la guerra. La fe me puso en la posición de defender mi país de vosotros, potencias occidentales, y lo devastasteis con la ayuda del Vaticano y de la mafia occidental», dijo el genocida.

Quiso aparecer como un hombre civilizado, culto y piadoso, como trató de hacerse ver ante la población de Srebrenica, cuando pasó entre la gente repartiendo caramelos a los niños, minutos antes de dar la orden de ejecutar a sus padres, abuelos, tíos, primos y hermanos mayores.