Las mujeres que trabajan en estudios webcam en Colombia, considerado una «meca» para esta industria, están expuestas a condiciones antihigiénicas, obligadas a prácticas sexuales riesgosas y sometidas a jornadas de 18 horas sin descansos, según documenta un informe de Human Rights Watch (HRW) publicado este lunes.
El informe ‘Aprendí a decir no’: abusos laborales y explotación sexual en estudios de cámaras web colombianos’, basado en el trabajo de 18 meses de los investigadores con dos organizaciones de trabajadoras sexuales de Colombia y entrevistas con más de medio centenar de webcamers, expone las violaciones de derechos laborales y la explotación sexual en estudios de Bogotá, Medellín, Cali y Palmira.
Se estima que Colombia es el país con mayor número de webcamers que trabajan sobre todo en estudios, donde son víctimas de explotación laboral y en condiciones precarias, incluso sujetas a abusos sexuales.
«La explotación sexual no es inherente a las modelos webcam, pero nuestro estudio indica que el riesgo de explotación en los estudios colombianos es extremadamente alto», considera la investigadora de HRW Erin Kilbride.
La autora de la investigación señala que «las trabajadoras sexuales merecen las mismas protecciones laborales que todos los trabajadores bajo el derecho internacional de los derechos humanos, pero la industria de las cámaras web, que mueve miles de millones de dólares, ha evitado en gran medida el escrutinio de los abusos en sus cadenas de suministro».
El caso de María María, de 33 años, trabaja desde un cubículo de 1×2 metros, separado con cortinas, en un estudio de Bogotá donde hace turnos de 12 horas haciendo transmisiones sexuales para hombres en todo el mundo.
Cada día recibe el cubículo sucio porque el estudio no contrata personas que limpien, pero más que las condiciones higiénicas deplorables, «lo peor son los problemas de salud mental», sobre todo por la constante vigilancia a la que se ve sometida por parte de los dueños.
«Un espectador quería que simulara una violación y yo no quería, pero necesitaba el dinero. (…) Normalmente, si un cliente quiere algo que yo no, simplemente digo ‘no’ y se sale del chat. Pero los dueños del estudio me acosaban constantemente y entraban al cubículo (cuando me veían decir ‘no’ a un cliente).
Las plataformas de ‘streaming’ te dejan reportar a usuarios abusivos, pero es imposible denunciar violencia en el estudio», asegura la joven.
El relato de María se repite en otras entrevistadas. Una mujer boliviana transgénero de 29 años que trabajaba en un estudio en Bogotá dijo que cuando le pidió a su gerente que terminara una actuación debido al dolor extremo, le dijo que no podía parar porque dañaba su puntuación en la web.
En promedio, los estudios se quedan con entre el 50 y el 65 % de los ingresos de las jóvenes, algunos incluso llegan al 70 %, y en los lugares de trabajo hay desde falta de ventilación hasta chinches y cucarachas.
«Las condiciones laborales incluyen robo de salarios, multas por tomar descansos para comer e ir al baño, y teclados de computadora, ratones y muebles cubiertos con fluidos corporales de otros empleados.
Los trabajadores desarrollaron sarpullidos e infecciones y carecían de apoyo en materia de salud mental», destaca el informe. Además, se ven sometidas a abusos verbales y amenazas por parte de los dueños de los estudios, que las obligan a trabajar muchas horas sin comida ni agua y a realizar actos sexuales a los que no habían dado su consentimiento.
Todas las entrevistadas para el informe eligieron libremente trabajar como modelos webcam, pero todas se sintieron sorprendidas, defraudas o engañadas por las condiciones de su trabajo, incluido al saber de su salario o de los actos sexuales a los que se vieron obligadas a realizar, indica el informe.